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"...que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que los trascienden. (UNESCO, 1982: Declaración de México)

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martes, 15 de febrero de 2011

Arte y literatura, lazos entre las culturas (Reproducido de El Correo de la UNESCO: Humphreys, S. (2011). Arte y literatura, lazos entre las culturas. El Correo de la UNESCO, enero-marzo, p.51-52

Arte y literatura, lazos
entre las culturas
Stephen Humphreys
Desde que existen, las culturas se entremezclan, se influyen
mutuamente y dan a luz nuevas culturas híbridas, aunque
paralelamente se muestren propensas a ensimismarse y a
rechazar las demás culturas. Tomando el ejemplo de la
cultura estadounidense y la árabe-musulmana, Stephen
Humphreys destaca la función de la literatura y las artes
como medios de acercamiento privilegiados.


Antes de disertar sobre los contactos íntimos que existen entre dos culturas –independientemente de que se traduzcan
en tensiones, conflictos abiertos o búsquedas de un acercamiento–, conviene definir qué es la cultura. Para ello, voy a
adoptar el punto de vista expresado por el antropólogo estadounidense Clifford Geertz hace ya unos cuarenta años. A su
parecer, la cultura no corresponde a modelos de comportamiento ni a estructuras sociales per se, sino más bien a la manera en que creamos significados y los expresamos dentro de esos modelos y
estructuras.

Una cultura es un cúmulo de ideas, creencias, actitudes, rituales y prácticas que hacen que una sociedad se perciba a sí misma como un conjunto coherente portador de un sentido, esto es, como un pueblo aparte dotado de una identidad propia.
Las culturas, sin embargo, no son herméticas, porque es muy raro que puedan protegerse contra las presiones e influencias externas. De hecho, son permeables y susceptibles de
interpenetrarse y mestizarse. Pueden coexistir y mezclarse llegando a alcanzar un equilibrio. Pueden mantener una
interacción con culturas vecinas de forma limitada y pragmática, sin tropezar con dificultades para conservar la percepción
que tienen de sí mismas y mantener así su identidad fundamental.

El conflicto se produce cuando dos sistemas culturales parecen constituir una amenaza recíproca. Ese sentimiento de
amenaza suele originarse por la intrusión violenta de un sistema cultural en el espacio ocupado por otro. Esa intrusión
“imperialista”, masiva o a pequeña escala, es una característica constante que siempre ha estado presente en la historia
de la humanidad. Sin embargo, el miedo al Otro es mucho más intenso e insidioso cuando es fruto de una hibridación rápida
e invasiva que genera una honda impresión de pérdida de control.

En este caso, todos los símbolos, normas de conducta, creencias y rituales ancestrales se desvanecen y empiezan a parecer
ajenos, haciendo que las poblaciones afectadas tengan la sensación de no encontrase en su propio territorio, aunque
vivan en él. Hoy en día, este desasosiego generado por la hibridación contagia a todas las culturas de nuestro planeta,
prácticamente sin excepción. Por eso, se plantea el interrogante de si es posible remediar ese desasosiego o atenuarlo y, en
caso de que esa posibilidad exista, saber cómo y en qué medida puede ser remediado o atenuado.

Acabar con los estereotipos
Para responder a ese interrogante, examinemos cómo reaccionan los estadounidenses frente a las sociedades árabes y musulmanas. Nadie se sorprenderá si afirmamos que su reacción es, como mínimo, confusa.

En general, los norteamericanos están dispuestos a comprender, e incluso aceptar, las diferencias culturales, pero tienen la convicción íntima de que su famoso american way of life es superior. La reacción norteamericana está más polarizada en el temor –del “terrorismo islámico”, esencialmente– que en la búsqueda de un conocimiento, amplio y matizado a la vez, de la diversidad y complejidad de las culturas de las sociedades árabes y musulmanas. Esa búsqueda existe por supuesto en los Estados Unidos, pero se da sobre todo en círculos restringidos, esencialmente universitarios, y no en el público en general, muy influido por Internet y los demás medios de comunicación e información.
Los estereotipos sobre los árabes y los musulmanes predominan amplia e inevitablemente. Dada esta circunstancia, hay que saber cómo se puede lograr que un gran número de estadounidenses
pongan en tela de juicio esos estereotipos, sean capaces de afrontar sus temores y traten de comprender realmente las
culturas árabes y musulmanas.
No nos engañemos. Aunque logremos esto, no cabe duda de que seguirán subsistiendo diferencias culturales demasiado difíciles de aceptar por parte de los norteamericanos, ya que éstas no
sólo cuestionan profundamente sus valores y modos de vida, sino que además constituyen una ofensa para los mismos. A
este respecto, daré un simple ejemplo: a ojos de los estadounidenses, el burka y el niqab simbolizan, o mejor dicho encarnan, el envilecimiento y la despersonalización
de la mujer. Se puede afirmar a priori que ningún debate o campaña de explicación podrá acabar con esta reacción, que es
prácticamente instintiva.
También se plantea otro interrogante: se pueden comprender las diferencias culturales sin aceptarlas, por considerar
que no constituyen alternativas aceptables o válidas, pero ¿conduce ineludiblemente al conflicto este rechazo? Personalmente, no tengo respuesta a esta pregunta, pero
no cabe duda de que conviene meditarla con seriedad y honradez.

El espejo del recelo
Cuando se intenta comprender una cultura, es forzoso proceder de forma selectiva porque no se puede pretender saber todo sobre la totalidad de sus aspectos. Entonces, ¿a qué aspectos de las culturas árabes y musulmanas debemos dar prioridad? ¿Qué grupos se han de escoger para representar esas culturas
ante nuestra sociedad? Hasta la fecha, la sociedad estadounidense ha propendido a focalizarse en dos grupos casi
exclusivamente: los activistas religiosos radicales y las mujeres. El temor suscitado por el primero de estos grupos y las inquietudes con respecto al segundo, tienden a deformar los debates y los
análisis de que son objeto ambos.
En lo que al primer grupo se refiere, podemos decir que los norteamericanos ven al islam y a los árabes a través del
prisma del 11 de septiembre y del conflicto palestino-israelí,
respectivamente. Creo que lo contrario también es cierto: la visión de los Estados Unidos que tienen los árabes del Oriente
Medio y de la diáspora está igualmente condicionada por ese conflicto. Cada parte refleja el recelo, el miedo y el
resentimiento de la otra parte, lo que constituye un caldo de cultivo propicio para alimentar tensiones y sospechas, e
incluso un rechazo cultural recíproco.
Con respecto a los estadounidenses que defienden la causa de los derechos de la mujer, cabe decir que algunos están bien informados sobre la diferencia cultural y la tienen en cuenta, pero no así otros. De todos modos, la acción de todos ellos apunta a los aspectos más íntimos y más vivamente rechazados de las
sociedades árabes y musulmanas. De ahí que las tentativas de acercamiento agudicen a veces las tensiones culturales,
en vez de eliminarlas.

El papel de los intermediarios culturales
La literatura y las artes abren vías originales para entender las culturas árabes y musulmanas. En un artículo publicado en el semanario The New Yorker, Claudia Roth Pierpont llega a una
conclusión reveladora: “Las novelas árabes aportan respuestas formidables a interrogantes que no somos capaces de
plantearnos”. Así es, pero por desgracia sólo se ha traducido al inglés una ínfima parte de la literatura árabe publicada en
los últimos veinte años.

Aunque los novelistas construyen sus propios universos –que no son meros reflejos de sus culturas– y aunque hablan
en su propio nombre exclusivamente, y no en el de sus sociedades, sus obras no dejan por ello de ser productos directos y
auténticos de las culturas y sociedades en las que viven. Otro tanto ocurre con los músicos, pintores y escultores.
A pesar de todos sus límites y de las reservas que se puedan formular, la literatura y las artes siguen siendo el mejor medio para que las personas ajenas a una cultura penetren en ella. En el caso de las culturas árabes, nos ofrecen perspectivas muy vastas y variadas de la manera en que éstas se perciben a sí mismas y de la infinidad de formas en que tratan de definirse. Sin embargo, para que puedan servir de lazo entre las culturas, se necesitan traductores, artistas e intérpretes. A estos intermediarios
culturales se les trata a veces con una cierta condescendencia, considerándolos meros conductos de transmisión de la
labor creativa de los autores a un nuevo público. A todas luces, esta visión no reconoce el suficiente mérito a la compresión y el conocimiento profundos que se necesitan para hacer inteligibles
los productos de un sistema cultural, portadores de significado y útiles para los miembros de otras culturas y sociedades.
La obra del traductor, al igual que la del intérprete de una canción, quizás no sea una creación propiamente dicha, pero en
la medida en que recrea la obra original es un elemento esencial del acercamiento entre las culturas.
Para concluir, diré que los Estados Unidos sólo serán capaces de comprender las realidades complejas de las culturas
árabes cuando cuenten con un mayor número de traductores e intérpretes y, sobre todo, cuando se deje de considerar
que estos intermediarios son meros comparsas de la vida intelectual y cultural del país y se reconozca plenamente su
papel de protagonistas de ésta. Un cambio de este tipo no se conseguirá del día a la mañana y tampoco acabará con
las tensiones y enemistades existentes entre culturas tan diferentes. Sin embargo, acometer esta empresa permitirá por lo
menos que los estadounidenses empiecen a ver a los árabes y los
musulmanes tal como son en realidad, y con toda su complejidad. Cabe esperar, por supuesto, que los intelectuales y eruditos árabes realicen un esfuerzo análogo para tratar de comprender el
modo de pensar y vivir de los estadounidenses. No tengo inconveniente en admitir que esto no es cosa fácil, pero
todos debemos emprender esta tarea si queremos superar algún día la confusión y desconfianza mutuas que hoy impregnan
tan profundamente a ambas culturas. _

R. Stephen Humphreys es profesor de historia y estudios islámicos en la Universidad de California (Santa Bárbara, Estados Unidos). Este artículo es un extracto de sus “Meditaciones sobre el
problema del acercamiento entre las culturas”, presentadas el 9 de febrero de 2010 en un foro organizado en la sede de la
UNESCO con motivo del acto solemne de entrega del Premio UNESCO-Sharjah de Cultura Árabe.

Reproducido de El Correo de la UNESCO: Humphreys, S. (2011). Arte y literatura, lazos entre las culturas. El Correo de la UNESCO, enero-marzo, p.51-52

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